La casa habló

Justo cuando los nazguls estaban atacando a Frodo en la película, se escuchó un estruendo como de un camión, y el piso de mi apartamento comenzó a moverse. El perro chilló, el niño lloró y el sofá se meció. Yo esperé tranquila a que pasara el alboroto, porque esta era la tercera vez que se levantaban los azulejos en algún punto de la casa, y, tristemente, ya me había acostumbrado (la primera vez corrimos todos escaleras abajo pensando que era un terremoto).

El piso dejó de temblar y vi los azulejos errupcionados. ‘¿Lloro o no lloro?’ me dije pensando en lo que me costaría reparar aquello, justo cuando la pandemia afectaba la economía del mundo y la nuestra. Pero la vida no se detiene por un piso roto, apilamos los azulejos sueltos, tiramos un plástico cual alfombra sobre el cemento gris y seguimos nuestras vidas sabiendo que tendríamos que esperar meses para repararlo –ya llevamos más de un año en la espera-. En ese momento, las tiendas de azulejos estaban cerradas y los albañiles no podían salir de sus casas.

Poco a poco comenzaron a dañarse algunas cosillas más, la refri comenzó a hacer un ruido estruendoso, la secadora dejó de secar, el calentador dejó de calentar, el fregador comenzó a gotear, la llave del lavamanos se atascó, las gavetas de la cocina comenzaron a convertirse en bruscas. Mi madre me ofreció agua bendita, mi padre me recomendó una zambullida en el mar. Yo me mecía entre la frustración y el alivio de que solo eran cosas materiales que se podrían arreglar, algún día. No me podía quejar porque la casa se viniera abajo en un momento donde muchos no tenían comida y otros peleaban por su vida en un hospital.

Aún así no podía evitar pensar ¿qué mensaje me está mandando el universo, Dios, la casa…? ¡¿La casa?!

Si tu casa hablará, ¿qué te diría? Foto Suzy Hazelwood Pexels.com

Y si mi casa me hablara ahora, ¿qué me diría?

“Hasta cuándo van a estar aquí 24 horas al día sin salir. Hasta cuándo cada habitación va estar llena de alguien que no me trata bien, me rayan la pared, tiran las puertas, la perra se orina. ¿Es que no me van dar nunca más un momento de paz?”

No. Mi casa no diría eso, porque las casas cuando quedan solas y vacías, se deterioran. Las casas están mejor cuando hay vida dentro de ellas.

Entonces recordé el ritual de Marie Kondo, la gurú del orden. Cuando lo leí por primera vez en su libro, me pareció cursi eso de hablarle a la casa, pero luego entendí que si este lugar alberga tus grandes tesoros y es la sede de tu vida, merece cariño. Si la gente le habla a las plantas, ¿no puedes tú hablarle a tu casa?

«Le pido ayuda a la casa para crear un espacio donde la familia pueda disfrutar de una vida feliz. Entonces, hago una reverencia», Marie Kondo

“Me arrodillo reverencialmente en el piso en el centro de la casa y me dirijo a la casa en ni mente”, escribe Marie Kondo. “Después de presentarme brevemente, incluyendo mi nombre, dirección, y ocupación, le pido ayuda para crear un espacio donde la familia pueda disfrutar de una vida feliz. Entonces, hago una reverencia. Es un ritual silencioso que solo toma unos dos minutos, pero provoca miradas extrañas de mis clientes”. Yo también la hubiera mirado raro.

Así que repasé aquel consejo de Marie, y escuché lo que dice mi casa:

Hello, existo. He estado aquí cuidándolos todos los días, pero nadie me presta atención. Nadie me da cariño. Se quejan de lo sucia y desordenada que me pongo, pero nadie me dice ‘¿te gustaría que te rasque aquí, o que te quite este peso de encima, o que te limpie este rincón?’ Necesito con urgencia que me quiten este piso mal puesto que me da comezón, el calor del secador sofoca mis paredes. ¡Préstenme atención!” Y como antes estábamos poco tiempo en casa para escuchar su clamor, ahora que nos tiene las 24 horas, decidió gritarnos con furor, y funcionó (aunque quiera culpar a los nazguls por causar el estruendo del piso).

«Nadie me da cariño. Se quejan de lo sucia y desordenada que me pongo, pero nadie me dice ‘¿te gustaría que te limpie este rincón?’ ¡Préstenme atención!”, gritó mi casa con furor

El tropel diario me había llevado a dejar de creer que mi casa podía verse como la soñé, y cuando las cosas comenzaron a dañarse, volví a pensar en qué quería para el lugar que nos cobija. La casa habló y escuché.

Con la pandemia, se acabó la ayuda doméstica, así que mis hijos –a regañadientes- aprendieron a cuidar su casa (a lavar baños, lavar, aspirar, doblar ropa…) y yo les cacareo que su casa es su lugar sagrado, que hay que cuidarla para sentirse bien. El encierro de la cuarentena nos forzó a dejar de ver nuestro hogar como el hotel-dormitorio al final del día.

Esto de hacer las pases con mi casa es un proceso, lento y largo, y estoy lejos de haberlo logrado, pero voy avanzando (estoy enfocada en botar lo que estorba y hacer de la limpieza un esfuerzo colectivo). Aprecio que sea el espacio donde mi familia se encuentra cada día y me he comprometido a impregnarla de nuestra personalidad. De paso, descubro que aquello que deja de funcionar, no es indispensable, si tengo a los que quiero cerca y si ellos están bien, no ha pasado nada.  

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